
Hace un ratito, café mediante, terminé de leer "19 de diciembre de 1971" ¿Qué te puedo decir? ¡Es maravilloso! ¡Así, sin vueltas!.
La cosa empezó hace un par de noches cuando nos pusimos a discutir sobre el mejor cuento del Negro Fontanarrosa. Uno dijo que era aquel del boxeador al que un orangután estadounidense le sopla la cabeza de un puñetazo, en los primeros instantes de la pelea por el título del mundo. El pugilista argento, sin nada del cuello para arriba, se banca una golpiza y de a poquito, con mucho huevo, va emparejando el match. Otro se acordó de aquel relato en que se acusa a un peón de haber violado a una señorita en sus sueños. Recuerdo que en una entrevista el Negro contó que estaba un poco harto de esos cuentos geniales que terminaban siempre con la frase “pero de pronto se despertó: todo había sido un sueño”. "¡Que decepción!", opinaba el Negro.
Seguimos: otro de los chicos menciona aquel en que dos amigos, en un bar, imaginan el día más feliz de sus vidas.
Entonces alguien propone a los gritos “19 de diciembre de 1971”. En realidad dice "ese cuento del viejo que palma, el de las cábalas, el gol de Aldo Pedro Poy de palomita".
No lo había leído, creo que ahora es mi cuento del Negro. No tengo dudas.
Eso sí, hay un párrafo que me partió la cabeza. Ahí les va:
"¡Esa es la manera de morir para un canalla! ¿Iba a seguir viviendo? ¿Para qué?... Se murió saltando, feliz, abrazando a los muchachos, al aire libre, con la alegría de haberle roto el orto a la lepra por el resto de los siglos. ¡Así se tenía que morir, que hasta lo envidio, hermano, te juro, lo envidio! ¡Porque si uno pudiera elegir la manera de morir, yo elijo ésa, hermano! Yo elijo ésa”
La puta Negro, sin palabras...