viernes, 29 de febrero de 2008

Escondite

Guardo el tiempo en estuches para lentes
de plástico traslúcido e irrompible.
¿Por qué hay tantos en la casa?
En mi familia casi todos usamos anteojos
algunos para descansar la vista
como yo
o por miopía
o cataratas incurables
o astigmatismo
pero siempre hay mas estuches que lentes
en los cajones
vinieron de regalo
algunos con el nombre de la óptica y la almohadita protectora
Lutz Ferrando, año 2000, se lee
pero el pasado viene de antes
en forma de cordeles
estadíos submarinos
entre tanta mugre
puedo saber donde está esa cera
que depila todo lo que adolece
el petróleo de la siesta obligada
un boquete inmortal
contiene cascotes de queso
despintados

mi probable ceguera
en el futuro
no tendrá jamás antecedentes afectivos.

lunes, 25 de febrero de 2008

Monstruos


En el sueño se amontonaban animales semidormidos, gatos, perros, creo que algún toro o búfalo sobre un jardín sin césped, parecido al mío. Creo que lo inquietante era esa especie de sonambulismo invisible de las bestias. Además, yo intentaba diagramar mi sueño como una de esas ensoñaciones en clase de facultad o bondi, pero había elementos imposibles de digerir. Me ha ocurrido muchísimas veces: pretendo un tono rojizo, teniendo conciencia del imaginario, que todo esto es como intentar dibujar inútilmente las copas de los árboles (siempre me salen extremadamente flácidas o pomposas) En lugar del rojo, todo se vuelve sepia, ella no está, si está, algo sucede y se desvanece.
Soñé también con el capítulo en que Alf intenta llamar a su novia de Melmac. Después con algunos destinos exóticos. Me desperté preguntándome porqué ya no sueño con volar, aunque en realidad solo alcanzaba a levitar un poco para luego tropezarme con algo o venirme a pique. Siempre la angustia eterna de caer desde alturas superlativas. Quizá exista un periodo natural para ciertos sueños, como existen las etapas biológicas de los seres vivos que nos enseñaban en la escuela primaria: nacer, crecer, reproducirse y morir.

martes, 19 de febrero de 2008

When the deal goes down



En la quietud de la noche, en la antigua luz del mundo / Donde la sabiduría se abre paso a golpes / Mi cerebro desconcertado trabaja en vano / A oscuras por los senderos de la vida / Cada rezo invisible es una nube en el aire / El mañana sigue dando vueltas / Vivimos y morimos, no sabemos por qué / Pero voy a estar con vos cuando llegue el momento // Comemos y bebemos, sentimos y pensamos / Vagamos calle abajo / Río, lloro y me obsesiono / Por cosas que nunca deseé ni quise decir / La lluvia de medianoche sigue al tren / Todos llevamos la misma corona de espinas /Alma con alma, ruedan nuestras sombras /Y voy a estar con vos cuando llegue el momento // La luna da luz y brilla en la noche /Cuando apenas siento su ardor /Aprendemos a vivir y después perdonamos / En el camino que nos lleva /Son más frágiles que las flores estas horas preciosas / Que nos atan tan fuerte uno al otro / Llegás a mis ojos como una visión del cielo / Y voy a estar con vos cuando llegue el momento // Junté un flor, floreció en mi ropa / Seguí el arroyo ondulante / Oí el ruido ensordecedor, sentí alegrías pasajeras / Sé que no son lo que parecen / En estos dominios terrestres, llenos de desilusión y dolor / No me van a ver poniendo mala cara / Te debo mi corazón y esa es toda la verdad / Y voy a estar con vos cuando llegue el momento.

Traducción afanada al señor de abajo

domingo, 17 de febrero de 2008

Una mesa con cien mamuths

El futuro empieza en algún lado, dice la voz en off de la peli, mientras Kate Winslet se duerme junto a su hijo. Así termina la aventura no del todo fallida de Todd Field sobre los impulsos humanos y aquellos sentimientos que permanecen a la sombra, a veces violentamente proscriptos, indeseables o bellos. Así termina mi domingo, o comienza la madrugada del lunes. Me siento a escribir. Pero quiero volver, la salida del subte en Plaza de Mayo, ese violento germen de pánico o ansiedad, las dos cosas, hace tanto que no viajaba en el subte medio desolado de los sábados. Y también el miedo. Casi siempre me doy cuenta que estoy golpeando las rodillas después de varios minutos. No puedo parar. En la superficie escucho los bombos y me viene el olor de los choris. Alguien habla de una banda que viene desde Mendoza y arranca, de no se donde, la música de Karamelo Santo. Después de un rato enfilo para el Parque Lezama, no se bien a qué, descubrir, buscar, hacer algo. Hace tiempo que ando rellenando cada momento con lo que sea que surja. Para no estar conmigo a secas. Algo parecido. Pero me siento a escribir, encuentro un mensaje diciendo que el poemario es bonito, la parte doce increíble. Sonrío. Y sé que se me forman unos pequeños hoyuelos debajo de la barba. El primer cuento de Abelardo Castillo que leí, una mañana en La Plata en la que no pude pegar un ojo, que cerraba, a lo Castillo: hay cosas que jamás debieran escribirse. Entonces todo como un gran cuento de Hemingway, lo verdaderamente importante está ocurriendo en los márgenes de lo que se escribe. Ahora la sonrisa es forzada. Me voy a dormir.

viernes, 15 de febrero de 2008

El muchacho contorsionista

No tengo amigos, pero me llevo bien con los relámpagos.
De dónde quiero salir, adónde quiero llegar,
no lo sé. De la mañana hasta la noche
doy vueltas a lo mismo, como si poner un brazo aquí,
una pierna allá, me impidieran caer en el dolor...
No hay dolor para mí. Es importante que sepan
esto: no hay dolor. Y no entiendo a la gente que sigue quieta,
aferrada a lo mismo, o deja que las cosas continúen
en su lugar. Yo sueño con un cuerpo distinto
cada vez, y no me importa que sea el mío:
puedo pasar de lobo a niño, de elefante a cangrejo
en pocos segundos, haciendo pequeños arreglos.
Algunos piensan que lo mío no es flexibilidad
sino un error de base, como si me faltara un eje,
un punto de apoyo... Puede ser. Mi madre se horroriza
al verme, y mi padre se ríe, se divierte conmigo
como si dijera: Este muchacho... Sin ir más lejos
anoche tuve una pesadilla. Dormido y desnudo
en mi cama, cualquiera (¿se dan cuenta?) cualquiera
podía verme. Mi novia, incluso, que es muy posesiva
podía encerrarme en una cajita de fósforos
o esconderme tranquilamente en un dedal.


Osvaldo Bossi

miércoles, 13 de febrero de 2008

Imperdible

Peter Mairal es un as hablando de culos.

lunes, 11 de febrero de 2008

Arena

Sin ir más lejos, hace unos días, recupere mi faceta ambulante: en uno de esos impulsos se me antojó caminar los quince kilómetros que separan Mar Azul del faro Querandí. Quizás la expedición frustrada hasta el dique Los Alazanes, en Capilla del Monte, era síntoma de una deuda, la cosa es que caminé y caminé bajo un sol terrible hasta que se me pusieron colorados los talones. En el medio cierta nada absoluta de medanos, gaviotas, algún que otro tipo que buscaba la aleta movediza de los cazones (se dice que es zona esplendida para atrapar estos pequeños tiburones) Otro asunto: las cosas que uno visualiza, que aguarda, parecen alejarse con una perfección que da miedo. Asunto de ilusión óptica. El faro no es más que un propósito vertical que cuesta dos mangos la ascensión de sus 400 escalones (¿metáfora con el film de Truffaut?) encastrado en un bosquecito con olor a pino salvaje y oasis. Se comenta que el faro ondula cuatro centímetros en su punto más alto, lo que genera cierto éxtasis insignificante. Aprovecho mi descanso y ante el fracaso en mi intento de hacer dedo, emprendo despacito la vuelta. Busco caminar encima de las huellas de los caballos, esquivo el mar: cuando una ola baña la arena, podes ver como se refleja el cielo en la costa húmeda. Pegar un grito, ahí nomás, sin que nadie pueda oírte, es un acto de liberación lindísimo.


Blue moon

Ella te canta al oído

domingo, 10 de febrero de 2008

Gaseosas congeladas

Después de una semana en la costa, me despierto recién entrada la tarde con la imagen de mi último sueño: yo era Lucky, el personaje animalizado y sometido de la obra de Beckett. A priori no entreveo ningún paralelo con lo real, así que me quedo tirado, dando vueltas, pensando en el argumento de un cuento medio masoquista. Al levantarme descubro que la casa sigue siendo un despelote, todo huele a encierro, a humedad, hay una cucaracha muerta en el borde de la bañadera. Me pongo a ordenar mientras escucho un cede de Gal Costa. Mi vecino grita los goles de River, me importa un pito.

viernes, 1 de febrero de 2008

Las horas

Stephen Daldry, director de Las Horas, cuenta en los anexos que trae el dvd - una de esas escasas oportunidades en que la película viene acompañada con material valiosísimo y muy interesante- lo difícil que fue encontrar al pequeño Jack, la versión infantil de Ed Harris, especialmente porque la mirada de Ed tiene una afección muy particular. Daldry también explica como al chiquitín le narraban historias de hadas durante el rodaje, luego utilizaron esas expresiones durante el film: las causas de las reacciones, en el personaje, son bien distintas, pero el efecto es el mismo. ¿Qué es lo que hace que una expresión proveniente de la maravilla de una historia pueda pasar como un gesto de abandono o de tristeza? Se puede creer que esto solo ocurre en un plano distintivo al real, que es la dimensión que funda el cine. Pero quizás no sea así. Por que las miradas del pequeño Jack funcionan a la perfección sin que uno conozca su secreto. Mi hermano, por ejemplo, mayormente en su niñez, utilizaba prácticamente las mismas muecas para llorar que para reír. A veces uno no sabía, al principio, que es lo que iba a hacer. Esto le debe suceder a mucha gente. Daldry cuenta un montón de cosas copadas. Durante la famosa escena en que Virginia Woolf y su marido discuten en la estación de tren, cuando ella pretende viajar a Londres, Daldry explica que mantuvo separados a los dos actores durante todo el día de filmación, para así lograr que la tensión corporal y emotiva estallara en el momento del encuentro.
Una última cosa: desde que vi a Julianne Moore en Magnolia- y un poco después en su bellísimo papel de pornostar en la primer película de Anderson, Boggie Nights- se convirtió en mi actriz preferida. Literalmente me partió el bocho. De la belleza de Nicole Kidman no hay mucho que agregar. Pero en la entrevista, cuando las tres actrices de la peli comparten sillón, es Meryl Streep la que les pasa el trapo a las otras dos. Mientras Julianne y Nicole están recontra producidas, Meryl se pasea con cero maquillaje y con una colita en el pelo. Hermosísima. Creo que siempre tuve debilidad por esa clase de sencillez.