1- La campeona de nado
2- Chica ciclista
3- Los estantes vacios
4- Escribe en el aire
5- Corvino
6- Vive en Tijuana
7- Entenderse no es fácil
La obra Bengala, los viernes en el IFT. La cosa es así: un boxeador que se va quedando sin cuerda, ex campeón y borracho, en un monologo extraordinario.
El laburo actoral (porque no físico) de Néstor Navarría es sorprendente: si el texto y la puesta proponen una decantación de la identidad con altísimas dosis de belleza (música, iluminación, etc) creo que el mismo espíritu del box (que ya ha generado películas y literatura de altísima calidad) y Navarría le brindan esa cosita épica, ese transpirar palabras en golpes, el impasse lúdico que también funciona como una ventanita a la experiencia. Una hermosura que vale la pena.
Hace uno o dos sábados me tomé un remis hasta el centro de Ramos. Así conocí al remisero llorón: un gordito treintañero, de barba pelirroja, que iba escuchando la radio de Jesse James. Hablamos dos o tres pavadas: me preguntó para donde salía y un par de cosas sobre un barcito que clausuraron hace poco por San Justo. Promediando el viaje empezó a sonar un temita de la santa Gilda. El gordo subió el volumen y manoteo un pucho. Me acuerdo que por la secundaria tenía una preceptora muy linda con la que bailé un rato con esta canción. El remisero iba tarareando y en un momento me di cuenta, no se bien como, que estaba haciendo fuerza para no largarse a llorar. Antes de bajar me dijo “¿Que querés? Esta canción me hace mierda”.
Las patas musculosas del galgo saboreando la tierra
la vista fija en un señuelo que no comprende
su lengua es un juguete rojo
que sobresale en la cara moteada. Da un giro
sorprendente en el vértice
un pibe, acodado a la baranda, le pregunta a otro
quien va ganando. Toda la asfixia del perro
como si quisiera migrar hacia la noche
saldar en esta tarde todas las hambrunas
mientras busca adelantar al número ocho.
Dale, Dale, Dale
corré puto corré
que nuestras vidas acá se enrriedan
ganes o pierdas
tu cintura es invisible y yo quisiera
al verte, cuanto quisiera
celebrar chamuscado de cansancio
sonso y orejudo
el fracaso de haber vencido a mis oponentes.
Ayer uno de los chicos me mostró esta foto. El tiempo, en estos casos, se mueve superpuesto, a un ritmo de cinco o seis simultaneidades por minuto. Fines de marzo, casa quinta para el lado de José C Paz, enjambres de mosquitos merodeando el cuello. Los cinco, después de transpirar el pedo con el bailongo y el inefable carnaval carioca, haciendo tambalear un tobogán no permitido para mayores de quince. Me acuerdo que esos zapatos y la camisa oscura fueron un préstamo de mi viejo: lo único que tenía- y sigo teniendo- son los leñadores que usaba para la secundaria. Después de eso, algunas imágenes: Paula semidormida en el baño de hombres, mientras su hijito Martín pataleaba sobre la verja de la pileta; dos mozas que, al finale, rejuntaban todos los culitos de las botellas de vino y metían el líquido en una nueva, para después meterle a presión el corcho; la vuelta a casa en el 306, conmigo dormitando, la ventana abierta al tope y la música de Los Ramones a todo-lo-que-da. Nos preguntamos quién será el próximo. Aquellos que no se sacan la corbata después de tres o cuatro horas de casorio, son los que vienen más asentados en el asunto.