I
Una vez que abandono el pedalín de la bicicleta y el manubrio roto, me meto en la casa. Intento no hacer ruido, las chancletas adhiriéndose a la cerámica, la puerta vaivén, todo para no despertar a Lorena, pero ahí está, recién levantada, sacando las migas del mantel. Ella espera a sentirme cerca para darme un beso, uno de esos besos con mucho ruido, descaradamente pastoso, y me cuenta que tuvo un sueño terrible en el que la confundían con su abuela: su madre le repetía una y otra vez que debía de estar muerta mientras ella gritaba que no, no podía ser, la abuela era una mujer distinta. Yo me acordé entonces de la muerte de mamá, aquella vez, en el sanatorio, cuando le confesé que la quería mucho. Lo cierto es que tuve suerte, la mañana siguiente me avisaría mi hermano que la pulmonía la había matado durante la noche, no sufrió, aclaró mi hermano, no sufrió nada. En el sueño de Lorena no sucedía nada más, o por lo menos ella no recordaba, era su abuela y nadie lograba entender como no seguía enterrada en una fosa de la Chacarita.
Después del desayuno y una buena ducha fumo escuchando un disco de Led Zeppelin. Siempre he creído que The raing song es uno de los mejores temas de la historia. Afuera todo igual, triste y para la mierda. Lorena me recuerda que vienen sus padres en eso de las siete, me lo dice como si pudiera olvidarlo, pero si, lo olvidé por completo. En eso Fidel abre la puerta goteando mugre, empieza a joder, tiene hambre y se le nota horrores.
- Vení- dice Lorena- vení que te limpio las patas.
El perro ni cinco de pelota.
II
Sus viejos llegan puntuales. Hablan los dos demasiado, son simpáticos pero algo irritantes. Yo fabrico los comentarios justos y cada tanto me voy a pavear con Fidel, le pateo la panza jugando, le hago mimos. Sé que Lorena le tiene bronca a estas actitudes, ella sale a buscarme, ya casi está la cena, me dice. Cuando voy entrando la escucho. De golpe. Un grito corto, de esos gritos sin eco. Primero siento la cara de mi suegro buscándole el cuerpo a su hija. Después me doy vuelta sin entender por que tanto despelote, por que Lorena mira asqueada la boca del perro, por que su madre, la que en el sueño la creía muerta, dice sacalo, sacalo rápido. Entonces veo al pajarito y yo también me asusto. Una vez, a los quince, entré a mi pieza de madrugada y al prender la luz encontré a mi perra temblando, parada al lado de mi cama. La perra me miraba y entonces noté el vientre abierto y la sangre que chorreaba. La panza era un cráter que había explosionado desde dentro. Tardé unos segundos en reaccionar, el animal me buscaba triste mientras me iba llegando el olor podrido de la sangre y las entrañas. Aquella vez también grité antes de despertar a los viejos: un grito parecido a este, sorprendido, con poca fuerza, como si alguien lo tironeara hacia atrás como se sujeta una correa. Ahora mismo, no sé explicarme mejor, sobresale por la boca de Fidel la pata y un montón de plumas. Veo, como si estuviera en otro plano, la manera en que Lorena se estira y ante la retracción de Fidel apenas consigue quedarse con un pedazo de alita en la mano.
Yo pienso en un tenedor, algún cubierto, un sacacorchos para hundirlo en la boca del perro y revolear de un tirón, de izquierda a derecha, la porquería a mitad comer.
Cuando vuelvo de la cocina mi suegro está agarrando al perro de las patas traseras y Lorena, con cara de asco, le abre el hocico. Una vez que lo saca y el perro queda liberado, le salta encima y Lorena cae para atrás, en cámara lenta. “Se va a romper el cuello” me digo, pero cae de culo, a lo sumo se rompió el traste.
- ¡Salí boludo! ¡Salí de acá!
- ¡Hace algo!- me gritan, pero ni modo: Fidel salta y Lorena levanta al pájaro medio comido, lo mueve de un lugar a otro y el pájaro se va deshaciendo, tal cual, una locura, se va deshaciendo como una fina lámina de cartón mojado: primero la pata, después la cola, el cuello desarticulado que se tuerce hasta posiciones inverosímiles.
- Quedate quieta
- ¿Qué?
- Que te quedes quieta pelotuda, el pájaro, ¿no lo ves?
Pero Lorena no me entiende y yo de golpe me empiezo a reír, no puedo parar, me caigo de la risa y entre los ladridos es la madre de Lorena la que me escucha y me odia, la que piensa que me volví loco. Finalmente todo termina cuando mi suegro se acerca harto y mete un formidable puntapié en el trasero peludo de Fidel. Lo que ahora vuelve a quebrar el aire es otro gritito demente de Lorena al mirarse la mano, al arrojar al pasillo, cerca de la bicicleta, los restos apelotonados y desgarrados del animal.
Como una histérica abre de un tirón la puerta y entra en la cocina.
- Semejante despelote por un pájaro- le digo a mi suegro, recordando que tengo el sacacorchos brillante en la mano, casi como si quisiera asesinar a alguien.
2 comentarios:
nada más violento que la cotidianeidad, muy bueno lo suyo!
La próxima cojan al perro por el rabo y lo levantan. Intentará morderos o gritar, con lo que soltará al pobre pájaro. Truquitos, jaja.
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