Su abuela no paraba de contar lo bien que le hacía el aire de las Sierras, hasta llegó a decir que la rejuvenecía y Hernán supo que lo decía en serio. Por lo demás, solo emitía comentarios para que ella se quedara contenta, para que siguiera hablando al tuntún. Estaban saliendo de Buenos Aires rumbo a San Agustín, los primeros días de marzo: Hernán, con catorce años, acompañaba a su abuela en las primeras vacaciones después de la muerte de Félix. Mirtha, la madre de Hernán, se les uniría unos días después. Las precauciones y los consejos habían sido muchos y repetidos: que no la deje tomar, que se cuide, cuidado en la ruta, que la abuela no ande sola por ahí. Pero la abuela, con la salvedad del alcohol, había recibido idénticos consejos en relación a la seguridad de Hernán. La noche estaba bastante fresca y para colmo habían prendido el aire. Hernán le dijo a su abuela Pitu que estaba cansado, entonces se colgó el mp3 y se puso a mirar por la ventanilla. Al rato se quedó dormido. Lo despertó la voz de su abuela:
– Para mi el ocio no es revolucionario, querida Julia…
6 comentarios:
He llegado a tu blog saltando de uno en otro, es algo que me gusta hacer de cuando en cuando, y casi siempre encuntro alguno que me gusta, como el tuyo en este caso.
Me quedare por aqui si no te incomoda la presencia de una vampira xD
Besos eternos.
A la flauta.
Jajaja decis que estoy loca?
Un abrazo ..
jajaja, viste Luci? Ahora tengo seguidoras vampiresas!!
Jaaaa, seh!
Yo me quedaré por aquí si no te incomoda... el olor a pata.
Publicar un comentario