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Cuando Tomás tenía siete años su mamá Emilia le regaló un libro enorme y lleno de dibujos en el cual se narraban los viajes del Capitán Salsipuedes alrededor del mundo. El Capitán Salsipuedes, un hombre alto que siempre usaba un pañuelo rojo alrededor del cuello, había recorrido América, incluyendo el Amazonas, África y un montón de islas que a Tomás le resultaron particularmente interesantes. También se contaba que el Capitán había viajado con su aeroplano hasta el Ártico, donde tuvo innumerables aventuras. Todo esto, por supuesto, interesó a Tomás, pero ocurrió algo más: descubrió lo que quería hacer durante el verano. ¿Y que quería hacer? Su idea era muy simple: construir su propio avión y viajar por todo el planeta.
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Durante aquel año Tomás había imaginado su viaje con paciencia. Así, cuando llegó enero ya había pensado cuidadosamente su plan: como todos los veranos iría durante un mes a la casa de sus abuelos y ahí nadie lo molestaría, estaría solo para preparar sus cosas, buscar información y construir su aeroplano. Primero pensó en contarle a su abuelo Jorge su propósito, después, creyendo que toda la gente grande es igual, es decir, que toda la gente grande no cree en las ideas de los chicos, desistió. Lo realmente difícil fue fingir que todas las hojas de papel que había recolectado mientras iba a la escuela eran, como le había contado a su mamá Emilia, para dibujar. Tomás había decidido construir un avión de papel del tamaño suficiente para que él y su perro Arturo viajaran realmente cómodos.
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