La foto que sacó Walter Evans a la habitación donde vivía y escribía John Cheever. El 633 de Hudson Street en el bajo Manhattan. Tres dolares a la semana, cuarto piso, año 1934. Los otros inquilinos eran marineros, trabajadores del puerto y prostitutas. Nunca comprendieron del todo a qué se dedicaba ese hombre de traje gris y camisa azul. La única ventana daba a ninguna parte y Cheever se ganaba la vida resumiendo allí novelas para los guionistas de la MGM. La foto en sí es tan deprimente y vacía - y al mismo tiempo tan llena de posibilidades- como solo puede serlo la prehistoria de un gran escritor. Años más tarde, en Iowa - cuenta Scott Donaldson en la biografía que le dedicó- Cheever desarrolló un programa que presentó con cierto nerviosismo a sus estudiantes durante su primera clase en el Workshop. Pidió a sus alumnos que, para empezar, llevaran un detallado diario de una semana de sus vidas: ropas , sueños, sentimientos y orgasmos. El segundo paso consistía en la escritura de un cuento donde siete personas o paisajes diferentes, que aparentemente no tuvieran nada que ver entre sí, se encontraran profundamente unidos por amor a una trama imposible de esquivar. La tercera etapa - y ésta era su parte favorita- ordenaba redactar una carta de amor como si estuviera escrita en un cuarto de un edificio en llamas...
En Trabajos manuales de Rodrigo Fresán.
En Trabajos manuales de Rodrigo Fresán.
1 comentario:
Cheever era un escritor increíble, y yo siempre me pregunto cómo se consiguen esos trabajos extraños y precarios, pero con algo de geniales.
Abrazo.
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