miércoles, 7 de julio de 2010

Opendoor

De este lado del cerco hay un tanque australiano de unos dos metros de altura más bien abandonado que nadie debe llenar desde hace varios veranos. La chapa estuvo pintada alguna vez, pero ya no se sabe si de azul o de verde. Me paro en puntas de pie para espiar del otro lado pero no llego, es más alto de lo que creía. Doy la vuelta y llego hasta una escalerita de aluminio agarrada al borde del tanque. Lo primero que veo es una capa de mugre gelatinosa, de un color raro, sin nombre, mezcla de muchos marrones tirando a negro. Y aunque no se sienta ningún olor determinado, ese no-color flotando al ras del fondo huele horrible.
Pero hay más. Entre las hojas secas, las ramas caídas, y las algas babosas, en ese submundo con lo peor de la vida vegetal, se asoma un barrilete. Un barrilete destrozado, irreconocible. Es una imagen puesta, adrede, un efecto visual: un barrilete muerto. Un cliché. No entiendo por qué, de golpe, me pongo tan triste. Como hace mucho tiempo no me sentía. Tan triste que me dejo caer, cierro los ojos, y me toco, me acaricio, para consolarme. Y así paso la tarde.

Opendoor, Iosi Havilio.

3 comentarios:

Shalena Mitcher dijo...

¿y la terminaste?
el final es lo más, ya me lo acordé.

Martín dijo...

Si, ayer a la madrugada, me enteré que en octubre sale la nueva novela de Iosi. Apa.

Anónimo dijo...

Martín!! Me la tenés que prestar!
Me gustó eso que leí...
Juan