sábado, 2 de octubre de 2010

Botswana

Esa misma tarde, cuando Julián regresa de su trabajo en la pista de kartings, me cuenta que lo llamó el Rey para juntarnos a cenar.

– Raro ¿no? – observo mientras abro la ducha y comienzo a desatarme los cordones de las zapatillas.

– Un poco.

Nos encontramos a las diez en una parrilla de Villa Luro llamada la cantina de Beto. El Rey está sentado en una de las mesas del frente, untando rodajas de pan negro con manteca y sal.

– ¡Por fin gente! – dice y nos estira la mano.

Primero pedimos unas papas fritas a la provenzal acompañada con cerveza, después, mientras esperamos la carne, el Rey nos cuenta que un día se sintió atravesado por la necesidad de matar algo. Entonces me lo imagino cortándole el cuello a Clara, su ex novia. Luego, al recordar el viaje, en la cabina de un jeep que conduce un negro calvo y regordete; el Rey viste una gorra camuflada, lentes negros y, en una llanura iluminada por un sol poderoso, busca con los prismáticos alguna clase de felino o de cebra.

– Rinocerontes – aclara – yo quería matar un rinoceronte blanco – dice, llevándose la punta del vaso a la boca.

Una hora después, cuando estamos por pedir la cuenta, el Rey nos señala a un flaco que está sentado cerca de la puerta y nos dice que en cualquier momento se va a ir sin pagar.

– ¿Lo conocés? – pregunta Julián.

– Vos mirá.

Apenas cierra la frase, el ñato pincha un bocado de carne y sale caminando de la parrilla. Por la ventana vemos como prende un cigarrillo y cruza de vereda. Julián lo mira asombrado.

– ¿Pero cómo sabías loco?

– Ah

De ahí encaramos a un bodegón por el barrio de Once. Hay poca gente, un peruano toca un cajón ahuecado detrás de la barra; dos mujeres, oscuras y anchas de cadera, bailan en la puerta de los baños.

– ¿Son?

– Si, pero tranquilo – explica el Rey.

Un poco entonados por un clericó dulzón y espeso, lleno de frutas, nos dice que en una semanas viaja a Las Vegas para participar en un torneo muy importante. La historia es así: en el último año al Rey lo expulsaron del colegio por fumar marihuana en el baño y robar plata de la dirección. Después tuvo muchos trabajos, se dedicó a arreglar flippers, a vender parcelas en un cementerio privado, hizo de extra en algunas publicidades. Ahora es jugador de poker profesional y le va muy bien.

– Un torneo muy zarpado – dice.

A las dos de la madrugada entramos en un cabaret de Flores, tomamos cerveza acodados a la barra y Julián pasa con una rubia que, durante un buen rato, le estuvo refregando el culo por el pantalón. Yo no tengo muchas ganas así que rechazo a la primera y después dejan de acercarse. El Rey mira a una morena con trenzas que baila en un caño reluciente. Entonces, acercándose a mi oreja para hacerse escuchar, me dice que nos tiene que pedir un favor.

Mientras maneja con las ventanillas bajas porque estamos fumando, el Rey habla:

– Me tienen que mandar el casco de un rinoceronte blanco, los putos pigmeos –así dice, riéndose – se atrasaron y yo no podía esperar, perdía el vuelo a Buenos Aires.

Nos pregunta entonces si puede colocar como dirección nuestro departamento y en todo caso pasar a buscar su trofeo más adelante. La verdad es que a mi me divierte mucho la idea.

Sigue


1 comentario:

fran dijo...

pude ver el clericó con frutas