Mi vaso de fernet disminuye con idéntica simetría a las intermitencias de mi conexión a Internet: tomo un trago por cada mail que no mando, por cada foto de Catherine Hepburn o de Mia Farrow que no termino de encontrar a través del buscador de imágenes del google. Entonces corrijo poemas, fumo, tomo fernet, ojeo el libro de Paula Oyarzábal. Se va haciendo tarde. Si hay algo que no me gusta es que los autores me regalen sus libros, por más o menos amistad que exista, especialmente por dos motivos: el primero por que a mi, llegado el caso, no me gustaría regalarlos; el segundo se debe a que conozco el esfuerzo de publicar (económico y del otro) y por eso me resulta una cagada que no haya una devolución afectiva/ material, si se quiere, o al revés, también. No diré algo que Paula no sepa, pero sus poemas me recuerdan la brevedad y la contundencia de algunas cosas de Silvina Ocampo. Entre muchos, este es uno de los que mas me ha gustado:
crecí sabiendo que si algo no me gustaba
la puerta estaba abierta
y que podía irme cuando quisiera
nunca estuvo en discusión,
sin embargo, cuando recuerdo
todas las veces que armé la valija
siento escalofríos, como si en el fondo,
despedirse de lo duradero
fuera una imperfección.
4 comentarios:
Acá La viuda... sorprendida. Gracias.
hermoso!!!
las últimas cinco líneas son snif...
estoy en un ciber... si no... lloraría para afuera
besos, muchos!
ehh... esto iba en el de arriba... pero... esteee...
mmmm
se adapta acá también
(qué habré tocado?)
es verdaderamente muy hermoso ese fragmento. Buena lectura la tuya.
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