Sin ir más lejos, hace unos días, recupere mi faceta ambulante: en uno de esos impulsos se me antojó caminar los quince kilómetros que separan Mar Azul del faro Querandí. Quizás la expedición frustrada hasta el dique Los Alazanes, en Capilla del Monte, era síntoma de una deuda, la cosa es que caminé y caminé bajo un sol terrible hasta que se me pusieron colorados los talones. En el medio cierta nada absoluta de medanos, gaviotas, algún que otro tipo que buscaba la aleta movediza de los cazones (se dice que es zona esplendida para atrapar estos pequeños tiburones) Otro asunto: las cosas que uno visualiza, que aguarda, parecen alejarse con una perfección que da miedo. Asunto de ilusión óptica. El faro no es más que un propósito vertical que cuesta dos mangos la ascensión de sus 400 escalones (¿metáfora con el film de Truffaut?) encastrado en un bosquecito con olor a pino salvaje y oasis. Se comenta que el faro ondula cuatro centímetros en su punto más alto, lo que genera cierto éxtasis insignificante. Aprovecho mi descanso y ante el fracaso en mi intento de hacer dedo, emprendo despacito la vuelta. Busco caminar encima de las huellas de los caballos, esquivo el mar: cuando una ola baña la arena, podes ver como se refleja el cielo en la costa húmeda. Pegar un grito, ahí nomás, sin que nadie pueda oírte, es un acto de liberación lindísimo.
lunes, 11 de febrero de 2008
Arena
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2 comentarios:
Realmente es algo muy liberador el pegar un gran grito.
Q bueno...
Salu2
Linda foto, lindo todo y sobre todo, LINDOS PIES!!!
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