viernes, 23 de mayo de 2008

Chevallier


Un texto bastante viejo que acabo de encontrar: creo que por ese entonces, preparaba o repensaba un viaje a Córdoba.


Qué contenta se va a poner al verme, piensa René, mientras clava los ojos en la máquina de café -helado y asqueroso- un par de asientos más adelante. Se pregunta, él que nunca salió de territorio argentino, como será el café en otros países, horrible, se dice, pero por algo la gente, en este micro que va a la ciudad de Córdoba, aprieta el botoncito del agua, que aunque sea pleno invierno y tarde en salir, siempre es más agradable. René escucha el zumbido mecánico del trasto, quiere dormirse pero no puede, se imagina una y otra vez la sorpresa, que más de ella comienza por ser suya, como una mascota chica que empezó a mimar hace ya una o dos semanas, al sacar su pasaje en Retiro. Cierra los ojos pero lo despabila al golpearle el brazo una mujer gorda que viene zarandeándose desde el fondo. Baja la escalera y René ve, entre nieblas, como se acerca al cubículo de los chóferes (De pronto recuerda dos cosas: la primera, una vez cuando era chico, al ver como el chofer uno, el que manejaba, le cedía su lugar al chofer dos, evitando que el otro lo apoyara, aprobando de a poco el control del volante y el acelerador. El chofer número uno, ahora, reconvertido en chofer número dos, pasaba a ocuparse de los mates. La otra es una cosa más bien extraña y morbosa: acaso provenga de un libro o de boca de su abuelo. En fin: la historia de un chofer que debía trasladar un cadáver, en su coche, desde nosequé provincia del interior a la ciudad de La Plata. La cosa es que el eje hidráulico…) y vuelve, bostezando, como queriendo murmurar que frío, pero que frío espantoso hace en este micro. Entonces René mueve los dedos de los pies, a esta altura entumecidos.

Más tarde alguien le toca el hombro, permiso, escucha, muy despacito, y siente la inmovilidad. Es de madrugada y algunos se van apretujando para comprar un sanguche o fumarse un pucho en la parada. Deja pasar y después se pone de pie, pero como voy a dejar de quererte, se imagina diciendo, ella cerca, querer, ese verbo siempre. Bajar las escaleras y las luces, los perros tirados, el olor a tristeza pura de la carretera. Lo primero es ir al baño, donde casi se queda dormido en el inodoro (ya perdió la costumbre heredada de su madre, no sentarse nunca, colocar las manos y sostenerse a pura fuerza de triceps) para luego salir poco menos que corriendo, subirse al micro y, al arrancar, pegar un grito. René se baja como puede y se sube al micro donde lee Córdoba, casi borroneado como la copia de una copia en papel carbónico.

Pasan diagonales, más y más árboles, música en los oídos (ahora Caetano Veloso) indicaciones triangulares en color verde que marcan cuanto resta, la distancia como medida cuantificable y norma. Al entrar a Córdoba recuerda cosas sueltas, un paseo nocturno, las escalinatas de la catedral, el miedo al violador del bosque. El micro da unos giros y se detiene. No es Retiro pero casi. Al ver tanta gente, René piensa que los desconocidos también lastiman. Ya no piensa en nada y se tira en una mesa con el bolso apretado. Llama al mozo. Que sencillo es quedarse, sentir, imaginar. El último sorbo de café es, para René, pura azúcar derretida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

muy digno tu catálogo de músicos. saludos!