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También sucedía que su nombre me recordaba una famosa marca de chocolates que no sé si sigue existiendo, y eso estaba bien, realmente, porque me ayudaba a trazar un imaginario que la distinguía de las otras pibas del curso. Pero con Milena lo mismo que después me sucedería con otras mujeres: nunca aprendí a conquistarlas, el laburo fino, lo que se dice chamuyo. Una vez había tirado la cartuchera de dos pisos cuando ella pasaba y al menos conseguí que habláramos un rato. Otra, compré un alfajor de chocolate que, después de dos semanas, se terminó pudriendo en los bolsillos de la mochila. Recuerdo un día en que ella caminaba con sus amigas ante el tumulto del patio, todos jugando a la pelota con latitas o tirándose las llantas de neumáticos que por algún motivo extraño convivían con nosotros en las clases de gimnasia. Ella. Yo a un costado cuando un hijo de puta me bajó los pantalones y salió corriendo. Esa misma noche soñé que al pibe lo mataba a golpes, que en el baño le pegaba hasta que las manos me quedaron rojas.
Me sentí un estúpido cuando le conté a Fran. Eso nomás, Milena. Si, eso nomás, le dije. Esa tarde tomé café con leche en una taza que tenía escrito te quiero sobre un fondo de nubes.
.....................................II
La plata la saqué de los ahorros de la primera comunión. Al día siguiente, después del mediodía, encaramos para el centro de San Justo. Caminamos un rato largo por los negocios de la avenida, yo no me decidía, Fran me ayudó y juntos elegimos una remera con volados en las mangas, cuello redondo, de un verde esmeralda precioso. Al tanteo pedimos un talle y nos reímos mucho cuando dijimos que alguno de los dos debería probársela. Después, como sobró algo, compramos unos aretes muy bonitos, colgantes, de un negro opaco. Fue entonces que Frán tuvo otra de sus ideas: dejárselo a las escondidas, sin nombre, sin que Milena supiera quién había dejado el paquete en la puerta de su casa. Imaginé la situación y comprendí que el plan era perfecto: ella saldría, nosotros escondidos en alguna parte, su sonrisa, un papel chico diciendo “Para Milena”.
Parecía genial. Y fue Frán el que me dio ánimos para hacerlo la mañana siguiente, justo antes de que ella saliera rumbo al colegio.
- Después te acercás y le decís que fuiste vos el del regalo- me aseguró Frán, riendo, sabiendo que así cerrábamos por fin el asunto.
.....................................III
A la mañana siguiente envolví la remera y el par de aros en una bolsita de plástico. Puse dentro una tarjeta. Luego esperamos con Fran entre la verja de calle y un níspero con olor a pis de perro. No recuerdo si Milena salió puntual o yo, agobiado por los nervios, le dije a Fran que me iba. Algo por el estilo. Los ojos centellantes y la mueca de asombro de Milena bien pueden ser frutos de mi imaginación. La cosa es que dejé el paquete y por un tiempo no volvimos a hablar ni de Milena ni del regalo.
Después, una o dos veces la vi por el Stela, siempre tan linda. Por la razón que fuese no me animé a acercarme y confesarle lo del regalo. Tal vez mi timidez necesitaba la aprobación de Fran, ese necesario empujón en la espalda.
Pasaron algunas semanas: empezó el campeonato de fútbol, después los exámenes, los torneos colegiales. Una tarde, saliendo de la clase de gimnasia, la reconocí en la esquina, con la remera puesta. Milena, increíble, me hizo una seña, como diciendo vení, acercate. Crucé la calle muerto de miedo, mirando el piso, con más ganas de correr que otra cosa. Cuando estuvimos cerca noté que ella también estaba nerviosa y buscaba algo en un bolsillo. Yo dije un hola tartamudo solo por hacer algo, para no quedar así, silenciosos.
- Tengo mucha vergüenza- dijo y me tendió un papelito doblado en cuatro
Cuando me dio las gracias y se despidió, los chicos ya se amontonaban fuera del patio, todos sudando, riéndose a los gritos. Yo me di vuelta y desdoblé la hoja, a mi también me gustas, decía, a mi también me gustas, Francisco, al final de todo, Francisco, decía la letra de Milena. Yo hubiese preferido que me bajaran los pantalones delante de todos, que se rieran de mis calzoncillos. Cualquier cosa menos eso.