lunes, 8 de octubre de 2007

Inland Empire II

Vimos Inland Empire en un cine vagamente laberíntico, con las paredes cubiertas por alfombras rojas chillonas, extravagantes. A diferencia de otras películas de David Lynch aquí no hay quiebre que venga a romper con una estructura mas o menos narrativa: el film es una ruptura constante, una embestida de imágenes claustrofóbicas que parecen perseguir una lógica pesadillesca.

Sucede que Imperio da miedo, asusta, genera impaciencia y ansiedad, brinda secuencias espeluznantes en cantidad industrial, pero no empatiza, no se acerca al espectador, genera sensaciones y no sentimientos: es claro que mi acercamiento a la cinematografía se debe esencialmente a lo segundo. En otras películas lo que lograba Lynch, más allá de la fragmentación, eran escenas impecables, repito: escenas y no fotogramas. No hay prácticamente escenas en Imperio, solo imágenes, y la búsqueda parece más adecuada a la fotografía que al cine. Quizá la última media hora del metraje se acerca más a una larga escena cortada por intermitencias lyncheanas, y fue esa media hora la que en verdad me atrapó.

Por otra parte la utilización de la cámara digital parece perfecta para el proyecto expresivo de Lynch: le permite acercarse a los objetos, intimar con ellos, aunque alejándose del plano, de la continuidad cinematográfica.

Creo que a fin de cuentas podemos tomar a la película como una gran aventura estética: David Lynch es un formidable creador y persigue su imaginario hasta donde quiere o puede. Como espectador, la película me resultó un excesivo tren de carga que por momentos me aburrió, en otros me impulsó una ansiedad casi insostenible que respiraba en las escenas de los bailes, a veces me daba por descubrir una imagen “feliz” en alguno de los vagones y le daba descanso a mi constante temblequeo de rodillas. Se me ocurre un paralelo con El almuerzo desnudo: Bill Burroughs es un gran escritor, sin dudas, pero por momentos me dieron ganas de revolear el libro.

Otra cosa que no pude dejar de notar es que Lynch parece abandonar cualquier preocupación argumentativa (aunque algunos se pueden divertir trazando simetrías o explicaciones) sino que su propósito parece ser el inventario, a veces reiterativo, de un mundo onírico. Esto provoca la ausencia de cualquier apego hacia los personajes, el extravío de la noción de causa y efecto, la pérdida de la referencia espacial y del tiempo mismo: Laura Dern-que sin dudas está realmente magnífica- deja de ser una mujer linda con muecas extrañas para convertirse en un elemento abstracto, la baba de un fantasma que deja de ser humano para convertirse en mera representación mental. A lo largo de la película, pareciera que lo único que le falta a Laura es que la violen ocho tipos con pitos de búfalo. Y lo mismo daría. Por que en realidad no importa. Solo impresionaría por su asco o su repulsión, por su impacto inmediato. Es un cristal donde el hombre ha perdido su lazo, su nexo, o mejor dicho, un nexo que nunca tuvo, por que el film carece de situaciones ajenas al universo ambiguo y borroso de Lynch. No se rompe con algo, sino que el film, en si mismo, es pura y continua ruptura. No debe haber un solo diálogo pausible o que carezca de absurdo o de situaciones que descolocan al espectador. Todos los personajes parecen hablar como habla Lynch. Todas sus muecas son muecas de sueño, despavoridas: es un mundo de otro por que ese otro- Lynch- ha decidido filmarlo, pero por eso mismo es una construcción privada e inalcanzable.

Si lo fantástico o la magia del verdadero terror se presenta cuando este irrumpe en lo cotidiano, el universo de Inland Empire es siempre ajeno e impenetrable: no ocurre en la parte de atrás de un Dinners, en pleno mediodía, como sucede en Mullholland Drive. Aquí lo verdaderamente terrorífico es la posibilidad de que el mundo nocturno de Lynch cruce la barrera y se entremezcle con nuestra vida diurna. Lo mismo sucede en Carretera Perdida, con la secuencia de la prisión o de la fiesta, cuando un personaje le aclara a Bill Pullman que está ahí, pero que al mismo tiempo está en su casa. Y no es broma, por eso le da un teléfono y le pide que lo llame. Eso hace Pullman. Y eso podríamos hacer nosotros. Esto es lo que pierde Inland Empire, lo que abandona David Lynch en su viaje hacia el seno de la insurrección del mal, hacia el interior de la caja esmeralda para la ansiedad y la memoria de un grupo selecto de chicos cinéfilos.

1 comentario:

Ivanna Peti Umansky dijo...

No hay mucho más para decir que lo que escribiste vos acá y lo que postié en mi blok.
Para mí, más allá del análisis referido al cine puntualmente, David retoma el maravilloso lenguaje de "Un perro andaluz" y trae consigo esa manifestación surrealista que nos conecta con un mundo sensorial inagotable.
Eso es para mí la magia DL. Sumergirse en ese mundo, dejarse llevar y explorar el camino que los sentidos nos proponen.
Besos!