Nos cubrimos de cremita solar
todos los poros
con un amor de madre que se esparce
desde la nariz hasta el pecho
todos los refugios ínfimos
cada felpa del cutis
para no caer
en orificios de leche.
Nos cubrimos de cremita solar
todos los poros
con un amor de madre que se esparce
desde la nariz hasta el pecho
todos los refugios ínfimos
cada felpa del cutis
para no caer
en orificios de leche.
El viernes fui a escuchar a una de mis cantantes-compositoras preferidas en
abandoná tu carga
fijate, todo está apoyado sobre el suelo
y hacé el lugar que haga falta
en vez de armarte una valija de viajero
para llevar lo que vale menos que su peso
así las cosas fueron hechas para ser tenidas
hechas para ser dejadas
no hay que perder la calma
si empantanados en la suerte nos encuentra
la soledad es un ancla
tan hondo se ha clavado a dormir en el lecho
no hay que olvidar
que no hay forma de vivir sin amar
así las cosas fueron hechas para ser tenidas
hechas para ser dejadas
De nuevo, como aquella vez en que descubrí el cuadernito con sus poemas en el altillo, me siento fascinado con las fotos que sacó mi viejo hace ya casi veinte años. Si existe una sensibilidad que caracteriza a cada época y siguiendo esta línea, cambios y variaciones de lo sensible, lo mismo debería suceder (y podría estudiarse) con la historia de cada persona. Como dije antes, mi viejo escribió algunos poemas en su juventud, se dedicó algunos años a la pintura (hasta estuvo muy cerca de exponer) y después, en algún punto después de los treinta, aparecen estas fotitos: la mayoría de mi madre, otras mías, el campo, mi abuela. Pero hay cierta estética en ellas, un encuadre, una luz que quizá solo yo puedo ver, como si en algún momento mi viejo hubiese descubierto que en la fotografía estaba el perfecto soporte para expresarse a si mismo. Poemas. Pintura. Fotos. De la palabra a la imagen. De la poesía más abstracta al realismo minimalista de mi abuelo Toni haciendo un asado en su vieja casa de Flores. El Torino hermoso de mi padrino al atardecer. El bar en Rafael Castillo. La mujer que, acá arriba, se acerca desde la orilla del mar.
Ayer escuche en la radio que Bono iba a grabar con los Ramones. Ahora: ¿no se murieron todos los Ramones menos el batero? El último rumor que escuché es que el último Ramone (pongamos que se llama Tommy) se casó con una argentina y vive tranquilamente en un sucucho de Lomas de Zamora. Que tiene una banda de punk-rock, aflojó con la merca y una vez por mes toca en barcitos de mala muerte por la zona sur del conurbano. No se si será cierto.
Se abre un paisaje seco delante
una fronda de nuez
abierta
las piernas adormecidas, ovillo
sobre el cordón
dame el peor que tengas
vino Bowen
sobre tu mano
a cambio de dos moneditas
nuestra vida que pasa
todo el rancio maizal.
Cuando estudiaba cine me explicaron que había un director (¿Antonioni?) que en sus películas trabajaba constantemente con el fuera de campo. La película siempre parecía resaltar lo que no estaba ahí, o le daba una funcionalidad extrema a lo no figurado, o a lo que no se cuenta, que por no contarse no deja de existir, como sucede en los relatos de Hemingway. Hoy, que volví a ver esta foto, pude comprender (sentir) realmente todo este asunto de Antonioni.
Acabo de terminar de leer Vida de un loco de Ryunosuke Akutagawa. El libro es una compilación que se compone de tres o cuatro partes: “El biombo del infierno” (nouvelle), “Los engranajes” (relatos mas o menos autobiográficos) y “Vida de un loco” (suerte de apuntes y visiones narradas en tercera persona) Al final una carta de despedida de Ryunosuke que prefigura su inminente suicidio a los 35 años. El joven sabio de Akutagawa entremezcla dos vertientes que en el Japón de principios del siglo veinte confluyen: por un lado la tradición oriental, que en “El biombo del infierno” toma su matriz más trágica, y por el otro el proceso de despersonalización y angustia que promueve el mecanismo capitalista. “Vida de un loco” es clarísimo en ese sentido: los primeros apuntes (cotidianos) recuperan el tono visual de la estética oriental y, a medida que avanza (el libro y la vida del japonés) la fragmentación del yo, la incapacidad deseante y la muerte van copando la parada. No hay deseo en el transcurrir diario, solo trabajo o lecturas múltiples: estas recuperan la tradición occidental: Strindberg, Swift, Rousseau, etc. El diario en tercera persona produce un efecto curioso: una lejanía auto-impuesta que quizá le producía una suerte de placer macabro o de distanciamiento a Ryunosuke (también al lector) por otro lado una sobreexposición de los sentidos que deja cierto gusto a nada. Akutagawa es el poeta maldito japonés: sometido en sus últimos años a la idea del suicidio, con una madre que muere loca cuando el escritor contaba siete años y un padre que lo da en adopción. Akutagawa es insomne, psicótico, melancólicamente delirante:
“Babeaba. Su cabeza solo tenía claridad después de una dosis de ocho miligramos de Veronal. Y entonces, solo por media hora o una hora. En esta semioscuridad día a día vivía”
El dolor de Akutagawa es a su manera cosmopolita, no desde la perspectiva del exiliado sino de otro tipo de intromisión, si se quiere literaria e ideológica. Akutagawa es un puente elidido, el suicidio, como escribe, recupera su tradición genealógica: “no lo considero un pecado, como los occidentales” Quizá por esto mismo su visión es mas que interesante y dialécticamente opuesta al manso bovino zen:
“Nosotros, los humanos, por ser animales humanos, tenemos un miedo animal a la muerte. La así llamado vitalidad es solo otro nombre de la fuerza animal. Yo mismo soy un animal humano. Y parece que esta fuerza animal, se ha escurrido gradualmente de mi sistema, a juzgar por el hecho de que tengo tan poco apetito por la comida y las mujeres. El mundo en el que vivo es el de los nervios enfermos, lúcido como el hielo. Esta muerte voluntaria debe darnos paz, sino felicidad. Ahora que estoy listo, la naturaleza me resulta mas bella que nunca, por paradójico que parezca..."
hasta acá lo que fue tuyo
el resto mío
como una línea imaginaria en el océano
o un señalador azul en un libro
de Akutagawa
que subdivide la pulpa del núcleo
lo fresco de lo ajeno
sobre mi animal de lomo ancho.
Como me pasa seguido antes de rendir un final, en la madrugada de ayer soñé que me quedaba mudo. Así, de pronto, un docente sin cara me preguntaba cosas y yo respondía con la cabeza, si, no, pero no podía explicar los polos de los que habla Bourdeau, o la reproducción de la ideología capitalista. Como en aquella escena de Matrix, los labios se me fundían. Me levanté cansado del insomnio a las seis y media, miré tele, solo por obsesión repasé unos apuntes. La mitología Puan sostiene que un final de Lingüística comenzó a las diez de la matina y cerró mesa a las once de la noche. Como faltaban una veintena de alumnos ansiosos por sacarse los puntos de la lobotomía cerebral, Martín Menendez y sus secuaces retomaron al día siguiente. Lo mío no fue tan así, rendí a las cinco y pico. Antes, me tomé el café más horrible del mundo, preparados por los locos de la cooperativa del primer piso (están advertidos) tuve arcadas en el baño y me escuché dos veces Yield, aquel discazo de Pearl Jam. En el interín, una japonesita me dio charla: es imposible no hacerse de amistades en esas situaciones, amistades que duran lo que dura la espera. La japonesita, de la cual nunca supe el nombre, traía puesto unas calzas negras y unas zapatillas multicolores que me hicieron acordar a los Power Rangers. Era linda, a la manera de las japonesas, y terminaba muchas de sus frases alargando la última vocal, como una especie de eco.
ordenando libros viejos que leí pero olvide
besos de tu madre en el teléfono
y la lluvia es un espejo
que me ayuda a verte bien.
Oigo tu sonrisa que ilumina
el estudio y la cocina
entre las copas y el café…”
El yo se camufla y se vuelve ciudad y multitud: es un yo mutante, desbordado que, por momentos, pretende abarcar muchísimo. Y si lo que es nuestro (según Fito) atraviesa el tamiz del compositor que quiere y busca y finalmente logra (o no) decir todo, eso se vuelve una canción enorme como “La casa desaparecida”: una voluminosa y adjetivada súplica que, como nuestro país, también deja constancia de todo lo que quizá pretendía ser este disco (uno hermoso, pero por momentos oscuro, despampanante, ambicioso y desesperado) y todo lo que pretendía decir Paez, aquel chico de 36 años necesitado de descargar su verborrea musical:
“… yo volví con Onganía y la cosa aún seguía
aristócratas patricios y Patricias de Anchorena
tan católicos mamones, protagonistas sin roles
yendo tras de un socialismo patriotero, indicalista
preparados todos para aterrizar en pista
ya vacíos los aviones, transformarlos en camiones
de intereses, balas tristes
y vecinas que no entienden que ha pasado
en este barrio tan tranquilo, tan callado
y quien dio la orden de cambiar el mundo…”
hoy sus hijos son caníbales fantasmas
los cadáveres se guardan o se esconden en el rio
en palacios de memoria ensangrentada
y tenemos pijas grandes, largas como mil facones
y anacrónicas arengas, melancólicas uniones
la bandera enloquecida, maten a los maricones
que los hombres van de putas para sentirse varones
siempre el padre omnipresente de mirada contundente
que escondía un seductor muy asexuado
gracias papi por las flores, por las reinvindicaciones
vos sabés los hijos nunca te fallamos
y si mami aún viviera, hoy sería jardinera
en el cementerio club de las pasiones…”
en la mesa de un 24 hs
hay que quedarse muy
quietitos
le dice es todo muy leve
y a la vez
filoso
mismo la palabra
leve
parece a pto de salir cortando.
esas luces de autos y colectivos
vacíos que doblan en la avenida
tampoco
esas conchetas mostrándose
fotos de sus clases de esquí en la mesa de al lado.
no saben
de café y sin embargo
acá hay gente que les copia.
sí
algo
lento en el humo del cigarrillo
que asciende
en la noche quieta
acelerando al llegar a cierta altura.
tabaco
y café frío en vasos descartables?
la noche
se para encima de la mesa
se queda parada.
fresca
la noche entre nosotros quietos.
recortándose
sobre un fondo oscuro
que en días de sol debe ser muy verde.