jueves, 27 de diciembre de 2007
Sobre Papa Noel...
- Una remera holgada y un par de medias...
martes, 25 de diciembre de 2007
Yo usaba pantalones hardcore
Quedamos en que mañana descongelamos al Hombre Átomo
seis clavadas de la tarde
a pesar de que el horóscopo no previene retornos sorpresivos
en este mes radica lo espontáneo. Habrá que explicar algunas cosas
el traje apretado, marcándole los testículos
no va más
se murió Pappo y Luca y este año viene Dylan
a Lemmy no le sobra pista para correr
no importa
todavía no hemos conquistado el mundo submarino
nos queda tiempo, un cuarto de milla
de las convulsiones automovilísticas de la clase media
siguen parando al lado de
cada domingo. El cielo sigue tan alto como siempre
dicen los otros
las nubes se morfan el futuro: soy de esos pocos que tomarían
agua salada
antes de morir de sed en altamar.
lunes, 17 de diciembre de 2007
domingo, 16 de diciembre de 2007
Todo por 1.25
Todo el ajetreo se fue apilando en el viaje en bondi, desde el Club Ciudad hasta casa. Las pocas horas de sueño, las sensaciones fuertes del finde, no se cuantos cigarrillos camuflándose en la garganta afónica con el griterío casi constante del recital. ¿Cómo estuvo? Muy rocanrolero, feliz, impecable. Faltaron esos temas que siempre me faltan (“Con abuelo”, “Diez años después”, hoy le tocó el turno a “Media Verónica”) pero estuvieron los otros, siempre, la emoción rara cada vez que suena “Te quiero igual” o “Paloma” y muchos otros aderezos que andaban sobrevolando, cosas del contexto, acaso descifrables pero que se me reculan para expresarlas acá.
Mucho antes, el sábado, en la fiesta sorpresa a un amigo que acaba de recibirse de ingeniero, el papá nos abrazó y dijo que lindo, mirándome, que lindo que estén acá esta noche. Al final, cuando le pregunté cuánto teníamos que pagar por semejante cena (dos entradas, dos platos principales, dos postres, resumiendo, comí como un animal) la respuesta obvia vino acompañada con una frase destartahuesos, esas frases que marcan: “pero si yo te ataba los cordones de las botas de básquet hace quince años Martín, ¿que me vas a pagar ahora?”. Y le miré los bigotes canosos, la pelada incipiente pero siempre el flequillo, los anteojos gigantes. Y fue una emoción dulce, un bienestar, algo en lo cual pude reconciliarme un poco.
Después de todo eso el llamado de hoy a la tarde: la mamá de Hernán que me dice si no puedo ir a cenar a la casa, que el nene está contento, que la doctora le aconsejó ir de a poco, que Hernán quiere verme. Lo tremendo es eso último. Hernán quiere verme. Pero no puedo, ese es el tema, aunque me sienta para el traste, voy a ver a Calamaro. Le digo por qué no mañana, intento remarla, hace mucho que quiero llamar, hablar con él, averiguar de una buena vez por todas si es una clínica o si nos mintieron a todos con eso de las vacaciones interminables en Mar del Plata. Pero el miedo está ahí, subterráneo, la última vez le dije que todo parecía una gran despedida. Y lo abracé. No había pensado que de nuevo le daba palabras a lo innombrable, le daba su lugarcito, su posición en la cancha, vos jugás arriba, eso no se dice, no hay que decirlo. Un tiempito más tarde me comentó, como al pasar, envuelto en sus desvaríos, que algo de mí, de aquel encuentro, le había hecho muy mal. Y fue como meter la cabeza en una caja de cartón.
Saliendo del tema, o hablando de lo mismo, pienso en esa cosa invisible que me va uniendo a ciertas personas: con algunas, especialmente las que he conocido en estos últimos años, siento que el lazo es mío, que soy el que decide cuando sujetar o soltar el globo. Y punto. Pero también están los otros: el tiempo pasa, todos hemos cambiado mucho, yo estudio Letras, escribo poesía (mala), vivo, por así decir, en otra esfera. Y a veces esa sensación de que algo no encaja, que forzamos las piezas, pero estamos, la unión no se rompe y hay algo tan poderoso y sorprendente en ese anclaje. Pero siempre tengo esta constante por el reproche, la cosita culposa, por esto, por mi vieja retándome que no estuve en todo el finde, por asuntos propios del reci. Así fui acumulando en el viaje de vuelta, casi dormido en el asiento, la gente que anda ahí dando vueltas, invisibles, ciertas veces picándonos sin querer, las vacaciones, la posibilidad de un vehículo para mi poesía, la divertida imagen de Andrés tomando mates arriba del escenario.
viernes, 14 de diciembre de 2007
jueves, 13 de diciembre de 2007
Comentan
Entonces me acuerdo de este poema de Damián Ríos.
martes, 11 de diciembre de 2007
Y dicen que estoy enfermo
lunes, 10 de diciembre de 2007
Confesión
Mi héroe preferido de todos los tiempos
es el osito del pan Bimbo
con su plasma de color predominante
la blancura. Ese héroe sin parásitos
repleto de sanidad
longevidad gomosa en los cachetes. Uno podría pensar
que el viento sopla en su panza
sin colesterol
solo semillas de trigo y aderezos naturales.
como hizo la gente de Villa Elisa
con aquellos bovinos de cuatro estómagos?
al igual que el dolor
se incrementa en la periferia.
domingo, 9 de diciembre de 2007
Dinero fácil
Me pasó el viernes con esta película, esa sensación de viaje en el tiempo, de estar ahí en mi casa a las tres de la madrugada tomando ferné, pero también trasladarme diez años atrás, revivir sensaciones con mi viejo, las misma alegría cada vez que Richard Dreyfuss apostaba y ganaba un montón de plata.
Quizá por que nunca la dan, se convirtió en un puente inmediato a otra cosa, un tubo boom, uno de esos pasajes tan a lo Cortázar: cada escena era el recuerdo de la escena pero también de los comentarios que hacía mi papá, de tener entonces la viva imagen de mi hermano diez años atrás, un día de semana trasnochando como rara vez hacíamos, para ver el final, lo que uno ya sabía: qué el perdedor iba a tener ese día soñado por todos nosotros, ese día en que todo sale de pe a pa. Y si bien la casa (y nosotros y todo) cambió por completo, la cocina es otra, todo distinto, de alguna manera los muebles y las espacios del noventa y pico se fueron amoldando a los de ahora, todo encastrado a la perfección durante esas partecitas del film en que yo miraba a los costados y me reía como si estuviera loco. Creo que la cosa en sí fue exactamente contraria a lo que me sucedió la vez que volví a ver “El oso”. Esa vez me acordé de mi abuelo llevándome a ver esa película casi muda a uno de los cines del centro. Yo habré tenido seis o siete años, no me acuerdo, y después fuimos a comer a una pizzería que estaba justo en la esquina. Ese es uno de las tantas anécdotas que tengo con él, pero es una anécdota vacía, es solo un símbolo de algo que a veces intento reconstruir, es solo palabra o recuento imaginario, no hay verdad ahí, no hay humanidad ni cuerpo. Cuando volví a ver “El oso” no hubo viaje ni traslación, solo tristeza por la ausencia, preguntas, ganas de replicar sensaciones que ya no estaban. Y todo esto va sucediendo en épocas en que el paso del tiempo dice acá estoy, date cuenta, y no por mí, sino por amigos que se reciben, o se casan, o por los viejos, que se van poniendo grandes. Y uno igual o casi, parecido a esos años que se confunden, 2004, 2005, etc.
miércoles, 5 de diciembre de 2007
Cantimplora
Lo que me conmueve por estos días es la música, el ruidito sentimental. Más: es lo único que me distrae de estos temblores repentinos. A la tarde, mientras intentaba prender el motor del coche sin que nada se apague, mi hermano sintonizó la 100 y se escuchó a Iván Noble, y quiero aclarar que no tengo nada contra Noble, pero hay algo de él que no me termina de cerrar, no sé. Pero empezó a decir que el próximo tema estaba dedicado a “esa cosita barrigona que me robó el corazón, las malas costumbres y el control remoto”. Y acá ya empezamos a calar hondo, me dije, y después ese tema llamado Bienbenito, casi a capela, muy pero muy suave. Cuando me viene ese nudo en la garganta, esa manía en los ojos, siempre digo alguna pavada que me sirva de excusa para salir corriendo. Pero esta vez me la tuve que bancar, así todo el tema, todo Benito.
Hace un rato, en el msn, alguien dijo volver y yo pensé en esta canción de Fito Páez, y será que le creo tanto pero tanto a Fito algunas veces, cuando habla de las cosas lindas, de esas cosas, como si todo fuera una manera de la sencillez hecha música. Y me olvido de esa sensación que a veces me disgusta de sus últimos discos, esa cosa de hacerle bien a la gente, las melodías perdidas o la poética preciosa de discos como Abre. Y de golpe se apaga este embrollo violeta y estoy cantando el estribillo a dúo, contento de ese viento fresco que son algunas canciones.
martes, 4 de diciembre de 2007
Calles
Desconfiad de las calles habituales.
Voy caminando desde Santa Fe
hasta Las Heras y a mitad de cuadra,
en Austria, en la calle Austria, ocurre el hecho.
Es de mañana, pero cae la tarde.
Como sumida en un fanal oscuro,
ahora a lo lejos la ciudad se pierde.
Me encuentro en una angosta galería
avanzo involuntariamente y noto
que el suelo y las paredes y la bóveda
se juntan y que está faltando el aire.
Es horrible la vida, los amigos
van muriendo uno a uno y la hermosura
se oculta con disfraces amarillos.
No puedo más, murmuro, y si no encuentro
algún ingenuo talismán, un nombre,
siquiera el de la calle por donde iba,
si no recuerdo la palabra Austria,
o la certeza, cada día más débil,
de que estar vivo es un milagro esplendido,
nadie me espere, porque ya no vuelvo.
Adolfo Bioy Casares
lunes, 3 de diciembre de 2007
El viaje, imposibilidad de la huida
martes, 27 de noviembre de 2007
Accesorios

.....................................I
También sucedía que su nombre me recordaba una famosa marca de chocolates que no sé si sigue existiendo, y eso estaba bien, realmente, porque me ayudaba a trazar un imaginario que la distinguía de las otras pibas del curso. Pero con Milena lo mismo que después me sucedería con otras mujeres: nunca aprendí a conquistarlas, el laburo fino, lo que se dice chamuyo. Una vez había tirado la cartuchera de dos pisos cuando ella pasaba y al menos conseguí que habláramos un rato. Otra, compré un alfajor de chocolate que, después de dos semanas, se terminó pudriendo en los bolsillos de la mochila. Recuerdo un día en que ella caminaba con sus amigas ante el tumulto del patio, todos jugando a la pelota con latitas o tirándose las llantas de neumáticos que por algún motivo extraño convivían con nosotros en las clases de gimnasia. Ella. Yo a un costado cuando un hijo de puta me bajó los pantalones y salió corriendo. Esa misma noche soñé que al pibe lo mataba a golpes, que en el baño le pegaba hasta que las manos me quedaron rojas.
Me sentí un estúpido cuando le conté a Fran. Eso nomás, Milena. Si, eso nomás, le dije. Esa tarde tomé café con leche en una taza que tenía escrito te quiero sobre un fondo de nubes.
.....................................II
La plata la saqué de los ahorros de la primera comunión. Al día siguiente, después del mediodía, encaramos para el centro de San Justo. Caminamos un rato largo por los negocios de la avenida, yo no me decidía, Fran me ayudó y juntos elegimos una remera con volados en las mangas, cuello redondo, de un verde esmeralda precioso. Al tanteo pedimos un talle y nos reímos mucho cuando dijimos que alguno de los dos debería probársela. Después, como sobró algo, compramos unos aretes muy bonitos, colgantes, de un negro opaco. Fue entonces que Frán tuvo otra de sus ideas: dejárselo a las escondidas, sin nombre, sin que Milena supiera quién había dejado el paquete en la puerta de su casa. Imaginé la situación y comprendí que el plan era perfecto: ella saldría, nosotros escondidos en alguna parte, su sonrisa, un papel chico diciendo “Para Milena”.
Parecía genial. Y fue Frán el que me dio ánimos para hacerlo la mañana siguiente, justo antes de que ella saliera rumbo al colegio.
- Después te acercás y le decís que fuiste vos el del regalo- me aseguró Frán, riendo, sabiendo que así cerrábamos por fin el asunto.
.....................................III
A la mañana siguiente envolví la remera y el par de aros en una bolsita de plástico. Puse dentro una tarjeta. Luego esperamos con Fran entre la verja de calle y un níspero con olor a pis de perro. No recuerdo si Milena salió puntual o yo, agobiado por los nervios, le dije a Fran que me iba. Algo por el estilo. Los ojos centellantes y la mueca de asombro de Milena bien pueden ser frutos de mi imaginación. La cosa es que dejé el paquete y por un tiempo no volvimos a hablar ni de Milena ni del regalo.
Después, una o dos veces la vi por el Stela, siempre tan linda. Por la razón que fuese no me animé a acercarme y confesarle lo del regalo. Tal vez mi timidez necesitaba la aprobación de Fran, ese necesario empujón en la espalda.
Pasaron algunas semanas: empezó el campeonato de fútbol, después los exámenes, los torneos colegiales. Una tarde, saliendo de la clase de gimnasia, la reconocí en la esquina, con la remera puesta. Milena, increíble, me hizo una seña, como diciendo vení, acercate. Crucé la calle muerto de miedo, mirando el piso, con más ganas de correr que otra cosa. Cuando estuvimos cerca noté que ella también estaba nerviosa y buscaba algo en un bolsillo. Yo dije un hola tartamudo solo por hacer algo, para no quedar así, silenciosos.
- Tengo mucha vergüenza- dijo y me tendió un papelito doblado en cuatro
Cuando me dio las gracias y se despidió, los chicos ya se amontonaban fuera del patio, todos sudando, riéndose a los gritos. Yo me di vuelta y desdoblé la hoja, a mi también me gustas, decía, a mi también me gustas, Francisco, al final de todo, Francisco, decía la letra de Milena. Yo hubiese preferido que me bajaran los pantalones delante de todos, que se rieran de mis calzoncillos. Cualquier cosa menos eso.
viernes, 23 de noviembre de 2007
jueves, 22 de noviembre de 2007
Música

Como las canciones Flamming Pie, allá por el 97
Paul y sus objetos intimistas
me conmueven
tan radiantes de luz:
en la canaletas no se pierde el líquido sónico.
El tiempo recortado
las despedidas
dentro de la cajita musical;
lo extraño es acordarse
poner el estereo
abrir la ventanilla y cantar. Cerrar los ojos,
aunque atentemos contra la seguridad vial
¿Pero los eventos hermosos
las canciones de verdad
en donde quedaron
quién se las lleva a otros oídos?
hoy mi sensibilidad parece asmática
alguien me sustrae hermosura de las antenas
domingo, 18 de noviembre de 2007
No me delates
No es la primera vez que veo “Las horas” pero no puedo despegarme de la tele: ya me comí todas las medialunas de jamón y queso y mi cuarto de helado pero sigo acá, admirado por semejante intensidad actoral, la atmósfera, música, montaje, todo. Me preguntan por qué el personaje de Julianne Moore abandona a su familia, quién vivió- o más bien se mató- antes: si Virginia Woolf o Alfonsina Storni, si Ed Harris era el hijo de. Hay cosas que no puedo contestar, las sensaciones se me atragantan. Antes de esto estuve persiguiendo a un hombre-conejo por las calles de Paternal: después de mes y pico el Dany nos respondió el mail y por fin pudimos conocer La casa del coleccionista. Evento bizarro, clandestino, una de esas cosas que se cuentan de boca en boca y que a uno le llegan por obra del profesor de un amigo que estudia publicidad. Más allá del resultado, es copado encontrar este tipo de escondrijo en Buenos Aires, esta sensación de pequeña mitología barrial, cruza de cuento de la cripta/ el país de Alicia con fotograma lyncheano. En fin: no se puede decir más. Nadie lo aclara pero parece parte del juego.
miércoles, 14 de noviembre de 2007
Despedidas
Y uno se despide en terminales
donde todo se rompe,
donde se barre de madrugada con esos largos escobillones
el aserrín de la tristeza,
donde hay máquinas gigantes
con motores de furiosos y negros caballos de fuerza
para partir en dos el mundo,
el cielo que amparó una convivencia,
para cortar raíces, cabos de sangre, amores,
para desenlazar almas rompiendo,
desgarrando los vínculos trazados por un tiempo
de nítida amistad bajo las nubes.
Todo con esa levedad del ómnibus
que deja atrás las estaciones,
el tráfico de pueblos o ciudades
que de a poco se atenúan en suburbios
a medida que se hunden los altos edificios
y crecen los jardines
hasta el primer caballo en un baldío,
las últimas esquinas,
y esas ruedas como unos soles muertos
que ya no se detienen,
la tierra aflora en surcos,
se ensancha el desamparo, la pobreza,
luego es la soledad de la llanura,
el campo abierto, ausente.
¿Y el que quedó detrás, en terminales,
inmóvil y con ese brazo en alto,
el siempre despeinado
por el viento de la eterna despedida?
lunes, 12 de noviembre de 2007
Videoteca
El don de la invisibilidad- Fabián Casas
La ficcionalización del pasado- David Viñas.
domingo, 11 de noviembre de 2007
Tubo de luz
Desde que me dijeron que tengo que usar aparatos me río menos. Ayer soñé que finalmente me los ponían (creo que desde hace un mes que mi dentista me viene posponiendo el turno) y yo tenía que afrontar una y otra vez el momento en que mis amigos me vieran con las cosas metálicas en la boca. Eran instantes terribles y yo pensaba por favor, que no los noten, o no me carguen, o todo siga igual, mi autoestima ya está por el piso, peor que esto no puede ser. Pero si. Siempre se puede estar peor. Lo supe hoy cuando me levanté después de las cuatro, no había luz, tenía resaca y ganas de llorar, estaba solo, no había comida ni me quedaban cigarrillos: salir tampoco era una opción, cada vez voy sumando más días en que no quiero que nadie, pero nadie, me vea. Mucho menos que me hablen. Tener que hablar. Cuando vuelve la luz- tardísimo- recibo un mail del encargado de la liga de básquet que me ningunea y me trata de “irresponsable pibito”. Tengo ganas de mandarlo a la mierda pero también siento mucho miedo. Pienso a quien llamar para charlar un ratito y no se me ocurre nadie. Recorro amigos o más bien amigas pero siento que algo está mal, que no les interesa ni un poco, que no puedo confiar. Me sirvo un vaso de Coca y me pongo a escuchar unos temitas de Flopa que bajé el viernes. Uno se llama “Debajo del álbum blanco” y me resulta genial. Todo mejora. Despacito. Todo menos el asunto de los aparatos.
miércoles, 7 de noviembre de 2007
Michelin
Hoy me tocaba afeitarme, así que entré al baño, abrí la canilla y preparé la hojita, después me llené la palma de espuma y permanecí quieto ante el espejo, pensando. Recordé que hacia mucho que no me llenaba la cara de espuma y me ponía a bailar cualquier cosa. Esta vez no bailé. En su lugar vacíe medio pote en los cachetes y me senté en el inodoro. Fui algo así como un muñeco de malvaviscos de metro noventa hasta que mi hermano golpeó la puerta: hace mucho que estaba así, la espuma ya comenzaba a gotear por todas partes.
martes, 6 de noviembre de 2007
Noche
No quiero saber que hace la gente cuando duerme
sus vueltas
la percusión del salvataje nocturno;
soy un tipo normal
carrera clásica en vías de extinción
escribo poemas
tengo insomnio, una continencia
abrumadora al pasado. Hay días
en que mi sonrisa es un perro que me ladra.
Así las cosas
tengo alergia al pasto recién cortado
mi cara me disgusta;
hubo una tarde en que puse un pez tropical
en una pecera de agua fría
lo hice por curiosidad
para ver que pasaba
el pez no se murió, que extraño realmente.
domingo, 4 de noviembre de 2007
Domingo violento
Durante ese ratito fui otro tipo, algo así como un toro que había visto una cosa roja. O simplemente una calentura horrorosa sin ese segundo de calma en que la cabeza te dice “pará, por favor pará”. En ese caso uno opta por enfriarse y tomarse un respiro. No. Nada de eso. Directamente me fui al humo. Tal vez haya sido la primera vez que me peleo más allá de alguna cosa de chicos o casi adolescentes. En realidad solo fueron dos o tres golpes en poco menos de cinco segundos hasta que nos separaron un número impreciso de brazos y gritos. Después quedó la batahola, la suspensión del partido, gente que me decía “cumpliste el sueño de todo jugador de básquet: pegarle a un juez”. Ahora que pienso el instante todo se me hace lento, me quedan sensaciones pero los detalles me los van armando otros que me cuentan. Por ejemplo no sé en donde pegué; estoy seguro que el otro me pegó por que me duele arriba de la ceja. Ahora me dicen que podría haber una denuncia. Encima mañana tengo parcial y no puedo concentrarme ni tocar un apunte. Es muy tarde, tengo insomnio, lo peor es que ya sé con que voy a soñar cuando consiga dormirme.
miércoles, 31 de octubre de 2007
Asi estamos por casa
A la tarde, chusmeando el blog de Molina, pensé que a mi me pasaban otras cosas. Tal vez una pequeña leyenda que mi madre se encarga de contar ante mi vergüenza, claro, cada tres o cuatro reuniones familiares, me recuerda que en el jardín tenía dos novias. Varios años después, en aquellos veranos de colonia de vacaciones, una de las chicas que luego sería bomba térmica de la secundaria, se me acercaba un rato cada día, jugaba conmigo a las hamacas, me regalaba puñados de caramelos Sugus. Hasta creo que una noche de campamento caminamos de la mano, asustados por que nos habíamos atrevido a dar la vuelta a un laguito artificial y podrido, levemente fantasmal: se decía que nos podíamos hundir en el barro, que era peligroso ir solos, que había una señora loca que vivía al final del predio. Creo que menos por timidez, por ese entonces era más importante que al subir el chofer del micro me convidara Coca Cola que mi “noviazgo” con Sabina. Mientras sucedía esto, o después, por que ya no recuerdo demasiado bien los grados (que son esa manera de contabilizar las edades que tenemos cuando chicos), me dedicaba a escribir cartitas de amor por encargo. En una de esas porque escribía bonito, o no cometía tantos errores ortográficos, o sabía decir con linda letras “estoy enamorado de vos”, algunos compañeros se empecinaban en que les pasara por escrito esas ganas de estar con alguien. Al final, si todo salía bien, recibía un gracias y hasta una golosina en el kiosco del cole. Creo que después, un poco harto, comencé a poner al final de la hoja escrito por Martín, seguramente con la secreta esperanza de que alguna de las chicas se fijara a quién tenía un par de bancos atrás, siempre flaco y con el pelo renegrido.
Pensando, no solo me pasaban otras cosas, sino que estas eran exactamente contrarias a las cosas de Molina.
martes, 30 de octubre de 2007
En ascenso
La autoestima sube
mientras saco la juguera del mueble y preparo las naranjas
luego aprieto con fuerza, mucha
que se puede
y salen los hilitos y las semillas y la pulpa
la tapa cerrada por que me gusta que el chorro
escupa de golpe, no despacio
cinco o seis segundos hasta que el remolino de la juguera
se siente en la palma y ahora otra naranja
partirla al medio, cerrar la tapa y lo mismo;
como avionetas pasando a mil
tomo mis proteínas saludables,
soy un buen hijo de mamá
aunque parezca lo contrario.
domingo, 28 de octubre de 2007
Una canción bonita...
para terminar de una buena vez este domingo, Me daras mil hijos, "Sueños de auto stop"
jueves, 25 de octubre de 2007
Laucha
I
Son las once de la mañana. Debe ser mamá. Va a esperar que saque el cuerpo de la cama, me ponga las pantuflas, abra la puerta. Quizá proteste por la poca ventilación o esa mugre seca que imagina desde la puerta, amontonándose en todas partes. Por qué nunca entra, eso es claro, se limita a refunfuñar un buen día, a maltratarme con esa mirada ridícula, como si no acabara por reconocerme o me confundiera con otro. No la culpo. Yo también me quedo frente al espejo un rato antes de abrir la puerta y manotear el desayuno, me quedo frente al espejo, sin saber bien que cosa busco en la cara, que sombra o gesto hay de mí en esta cara gorda que me mira. Es que soy un gordo asqueroso. Solito me doy cuenta. Ni falta hace que mamá me lo refriegue cada vez que golpea la puerta como una rompe pelotas. Pero siempre me termino por levantar, siempre, pensando que debe ser mamá, que la vida nunca trae sorpresas, que yo no quiero sorpresa alguna que trate de tirarme la puerta abajo a las once clavadas de la mañana. Me interesan las facturas de grasa y el diario, solo eso, a veces alcanzarle el lazo de Laucha, que lo haga hacer pis, que sienta el aire fresco en el hocico.
Es mamá, no hay vuelta que darle, mirando sin reconocerme, como se mira la espalda de alguien. El pobrecito de Laucha gime: tampoco le gusta salir, se me ha acostumbrado al encierro, al aroma de los papeles de diario que cubren la cocina. Acaso le moleste la luz: ese elemento sucio que demuele las cosas volviéndolas indescriptibles, prácticamente inusables. Pero mamá no comprende. Me mira con asco. Piensa que estoy gordo, que las estrías en los brazos son asquerosas, además las varices; que por lo menos tendría que sacar al Laucha, dar la vuelta manzana como un perro, como el mismo Laucha, perro viejo y tonto.
Pero al rato mamá vuelve. El desayuno rico, comento. Ella dice que sí, perfecto, y después se queda callada como si estuviera reprimiendo sus ganas de escupirme.
No vuelvo a ver a mamá hasta el anochecer, cuando me trae la cena. El resto del día se pasa lento: meriendo, leo el diario, me echo en la cama. En general dormito hasta una hora imprecisa en que miro por la ventana, esa hora en que los veo. Los dos caminan despacio, como si tuvieran miedo a caerse, un pasito delante del otro. Uno es viejo, tal vez demasiado, camina encorvado con los brazos adheridos al cuerpo. Hay en él una falsa suavidad, la máscara pueril de un hombre sometido: tiene un modo sucio de morder el cigarrillo, una mirada entre gozosa y alerta. El otro, bastante más chico, parece maricón. A veces abraza al viejo, le señala algo, un chico jugando en el tobogán o un árbol cualquiera. En el maricón hay otra cosa, algo indefinido que contrasta con su cara lisa de bebé. No sé. Tampoco me importa. Lo que me divierte es esta hora crepuscular en que caminan juntitos por la plaza; ese momento en que el letargo del día entero se apura, como si la inmovilidad que me gobierna me brindara una pausa, una detención de la culpa. Los miro y entiendo que existe un universo más allá de mi terror y mi grasa.
Los jueves me toca limpiar la porquería del Laucha. Me da reverendo asco y la porquería se acumula en los rincones o en el baño. A veces la voy empujando con el pie hasta el balcón, y queda ahí, maloliente, hasta que el olor nauseabundo deja de infectarme los ojos. El Laucha es tan mugriento como yo, cosa que siempre dijo mamá. Tal para cual. La pareja perfecta. El bicho no es tan gordo, pero francamente es un pobre espécimen de perro. Por algo le puse Laucha: está medio cojo y es terriblemente vago. Hay ocasiones en que morfa acostado, todo sea por no levantarse, o anda por el departamento arrastrando la panza, con las patas traseras casi muertas, inútiles. Cualquier otro no podría ni comer ante la presunción de esa deformidad acostada a tan solo unos metros.
La cosa es que tengo que limpiar la porquería. Recién pensaba, mientras el nene le prendía un cigarrillo al viejo, que bien podría tirar la caca por la ventana. A nadie le importaría. Acá me tienen como un lunático, nadie se atrevería a rajarme, pero, por sobre todo, le tienen un respeto enorme a mamá. Lo que sucede es que sería brutalmente gracioso esto de un pedazo de mierda cayéndole en la cabeza a una señora. O a un tipo de traje, con el portafolio a cuestas, hablando interminablemente por su teléfono celular. Me parece que lanzaría una puteada rabiosa, un gesto obsceno hacia arriba, la cara salivosa y alerta ante otro pedazo maloliente silbando del cielo. En fin. Imagino que limpiaré después de comer. En realidad no creo que tire la mierda hacia abajo.
Ahora que lo pienso, una cosa extraña son las manos. La del viejo parece un gato hecho ovillo. Esos gatos que no buscan mimos, que no buscan más que un rincón solitario para echarse a dormir y comida en el plato. La del pibe es más bien como un pájaro volando alrededor. Algo abierto, desenfrenado, vivo. Me pregunto cómo serán mis manos, pero me cuesta trabajo identificarlas. Le tendría que preguntar a mamá, pero a ella no le interesan estas cosas. Hablando de ella, hoy no ha querido sacar al Laucha, dice que está meando sangre, que le da asco. Sencillamente no quiere. Yo no lo pienso sacar. No bajaría a la calle por nada del mundo. Ni siquiera por el Laucha.
A las once de la mañana mamá golpea, con esa cara demolida incrustada por encima de los ojos. Me alcanza el desayuno y el diario, unas naranjas para exprimir, tienen vitaminas, dice. Luego da media vuelta, sin mirarme. Me deja con la correa en la mano y con la palabra Laucha encastrada en el medio de la boca: el perro no se ha levantado: sigue meando sangre, cagando blando. Me tiene un poco triste. Creo que se muere. Yo no creo que un perro presienta la muerte, no creo, pero la verdad es que nunca se sabe. Eso debe ser terrible. El presentimiento digo, aunque tal vez, al envejecer, uno se va acostumbrando a la idea. O se cansa de las cosas, que es lo mismo. Pero el Laucha no puede saber nada del tedio o el cansancio, estas ganas de morirse de una vez por todas. La muerte ajena es una cosa muy distinta a la muerte de uno. Y el Laucha se me muere. Nada que hacerle. Y por si fuera poco sufre como un condenado. Me doy cuenta por los ojos, por esa permanencia que no es vagancia sino dolor inyecto; también por la lengua, tan reseca y ajada.
Ahora va llegando lo que te quiero contar, todo el resto, lo anterior, es preámbulo, excusa para qué te des una idea del asco que me tengo. Que mi único divertimiento son dos tipos que caminan siempre a la misma hora y mi único compañero, el único que tengo, es un perro demacrado y moribundo. Este perro de mierda que se muere sin remedio. Y aunque no lo creas, aunque sea inmensamente difícil imaginarme a mí, a esta bestia, tengo ganas de llorar. Si se muere el Laucha yo me pudro, se me pudre el alma. No tengo más que el Laucha, sencillamente no tengo otra cosa: no tengo madre, no tengo amigos, tal vez no tenga sombra, acá está siempre tan oscuro que uno no logra estar seguro de nada.
Si, tenés razón, prometí contarte. El Laucha comenzó a gritar bien entrada la madrugada. Supongo que hasta los vecinos lo oyeron. Hay veces en que sueña con dios sabe qué, es que no imagino que puede soñar un perro, la cosa es que sencillamente sueña, se pasa un buen rato gimiendo, hasta que le grito “Laucha” y se revuelve en su colcha. Pero anoche comenzó a gritar distinto, a sufrir a gritos, no sé explicarte. Yo no supe que hacer. Lo levanté a la fuerza y lo encerré en el baño. Después cerré la puerta. Lo dejé así el resto de la noche, sufriendo, arañando con las patas la madera de la puerta.
Mamá llegó como siempre a las once de la mañana. Se espantó con esos gritos harto cansados, que no eran aullidos ni nada, gritos te digo, que nunca oí salvo en esas películas de guerra, aunque no eran lo mismo, claro. Mamá entró con mucho miedo, como si algo le ordenara que sí, que esta vez bien podía entrar al departamento. Y me miró con ganas, sin repulsión, como si en verdad quisiera al perro o me quisiera a mí. Luego, muy despacio, los dos entramos al baño. Ahí estaba. Sencillamente ahí con el estómago inflado y acurrucado en un charco de sangre seca. Entonces mamá se puso a llorar, así como te cuento, de la nada se puso a llorar. Es que estaba vivo, aunque ninguno podía saber como seguía vivo este animal de mierda. Ella no quiso preguntar cómo fue que lo había encerrado en el baño, cómo era posible que un gordo hubiera hecho algo como eso, yo, este gordo, con el perro que tanto quería. No lo dijo pero sé que lo pensó. Por eso se fue corriendo al rato, enferma de espanto, cuando se le ocurrió que ya no había perdón, que ya estaba podrido, completamente podrido de pies a cabeza.
Sé que suena estúpido pero volví a quedarme tildado. La puerta del departamento abierta. El desayuno abandonado en el mueble de la cocina. Como el Laucha se había quedado tranquilo lo dejé en el baño, agotado de sus gritos inútiles. Después hice lo de siempre.
Ese día fue en verdad terrible, el más terrible que me tocó vivir. Cuando comenzó de nuevo me decidí a llevarlo. La idea me llegó como una descarga a la cabeza, no se bien cómo, de una forma fugaz, con una potencia distinta, como si ahora pudiera, como si las cosas fueran de pronto demasiado claras para ignorarlas. No sabía donde. Sacarlo nomás. Cuestión de preguntarle al encargado. Entonces lo levanté sofocado entre gemidos, temblando como la gran puta, y lo envolví con la capa de un viejo disfraz de Superman que todavía guardo en el armario.
Y después de una pila de años tomé el ascensor y salí del edificio.
Ni una sola vez quise mirarlo a los ojos, tenía el pelo pegoteado, los músculos rendidos, una baba verde que le goteaba a través de la espesura de la lengua. Tenía trozos de lágrimas hundidos en el hocico, un caminito de hormigas, algo por el estilo. No quise mirar más. Como te contaba, tampoco quise mirarlo a los ojos, algo me indicaba que, de mirarlo, el recuerdo de esos ojos desbarataría mi cuerpo, que en todo caso ya no podría rearmar mis restos.
El encargado miró con temor. Dijo que pediría un coche, que a unas pocas cuadras había una veterinaria.
Como el coche no llegaba decidí caminar.
Si me preguntás que sentí en ese momento con el Laucha a cuestas, andando afuera, no sabría que decirte. Puede que no haya sentido nada.
Crucé la calle, yendo para el lado de la plaza Irlanda, pensando que es mas corto, que por el medio se llega más rápido a la avenida. Sentido común. Claro. Pero me olvidé de un detalle. Ese detalle. El que ahora pensás. Es que los dos estaban ahí, sentados en una banca, el marica y el viejo. No sé si me miraron. Puede que sí. Y si lo hicieron fue como si todo este tiempo hubiesen estado aguardando que bajara, esos dos, tan diminutos y contemplativos. Comprendí que esa mirada sucia terminaba por humillarme, que todo esto era una abominación de la desolación, una forma del miedo. Pensé que todos estos años de encierro no fueron reales, que con ellos no podría construir una sola palabra, siquiera abollarlos, escupirlos, maltratarlos verdaderamente. Tan sencillo y brutal como eso.
Miré embobado la plaza un cuarto de hora, los chicos jugando, el pasto, el griterío. Así miré, pensando idioteces extremas, hasta que el Laucha se quedó bien quieto, hasta el instante mismo en que la pata izquierda dejó de temblar para convertirse en algo así como un gato dormido o una bolsa de comestibles.
martes, 23 de octubre de 2007
La semana de los muertos vivos
Últimamente me siento bastante dormido, pareciera que estoy harto de tantas cosas y se me da combatir el hartazgo con mi mayor inanidad: no me rebelo ni pienso ni hago. Todo se mueve light, sin peso, no hay amor ni desolación, tampoco hay ganas de buscar ninguna de las dos cosas. Ando de aquí para alla con el mp3 pegado a las orejas, casi sin darme cuenta que estoy cansado de escuchar el mismo disco.
Ayer, sentado ante la compu, di rienda suelta a un bollo que no creía tener: escribí tres o cuatro poemas de un tirón, o por lo menos les di forma al cuerpo principal, cuerpo que después hay que retocar, torcer, arrancar (como ahora). Por lo menos pareciera que algo sigue activado, que todavía funciono aunque camine como un sonámbulo: la pieza del fondo sigue con luz, eso es bueno.
Satélite:
las antiparras azules, por favor
no me dejes hundir en altamar
abajo hay buzos que estrujan los dedos
no se que buscan
pueden comprar gemas por teléfono
cascajos en exorbitante cantidad.
la belleza es un mito del pasto
mi pequeño aviador
tus alusiones son delicias lejanas
inhóspito viento en la boca
al abrirse
puede llenarse de tragedia y vuelo
caída que aguarda:
no hay red de protección aquí abajo.
la sonrisa dolorosa
a tus huesos les falta un cartelito que diga
recién pintados, mi pequeño
una luz de gente opaca la fantasía
lunes, 22 de octubre de 2007
¿Yo?
Aunque tengo mis momentos de dulzura
no voy a negarlo
la glucosa es un componente extraño en mi organismo.
Una vez me dijo el diariero, yo era chico,
tu reloj de arena trabaja a deshora. Era verdad
ahora lo sé
la madurez es como los cordones al desatarse:
hago un doble nudo y sigo caminando.